Silvio Rodríguez: en busca del unicornio


5 de Diciembre del 2019

Por: CÉSAR LUQUERO
Fuente: El Salto
Fotos: Leo Sousa


La carrera de Silvio Rodríguez (San Antonio de los Baños, Cuba, 1946), tan orgánica como fructífera, se despliega en múltiples direcciones, estimula interpretaciones diversas y desafía cualquier convención o ley taxonómica. La dimensión política de su repertorio es ineludible, pero, en este caso, el todo se impone a las partes y trasciende cualquier contorno ideológico hasta difuminarlo. Porque Rodríguez le ha cantado a muchas cosas, no solo a los procesos revolucionarios que se desarrollaron durante la segunda mitad del siglo pasado. Y su trayectoria se caracteriza por la búsqueda continua de nuevas formas de expresión. A solas con la guitarra o acompañado por bandas que indagan en la tradición cubana con voluntad experimental, ha establecido un canon particular, identificable y perdurable.

Acostumbrado a cuestionar y reescribir su propio libro de estilo, lleva más de medio siglo en activo y ha escrito decenas de canciones-faro que siguen centelleando en las escarpadas costas de la música popular contemporánea. Delimitar los márgenes idiomáticos, geográficos y genéricos de su trabajo no es de recibo. Cualquiera de sus hitos creativos —que son muchos, echen cuentas— tiene el suficiente peso específico para convertir las acotaciones en afrentas. Silvio juega en la liga de la totalidad, del patrimonio global. Es muy difícil no darse por aludido al escucharle, no conmoverse con su amplísimo legado de invenciones armónicas, desafíos melódicos y seísmos líricos.

Inscrito en la fértil nómina de la Nueva Trova Cubana, movimiento con espíritu rompedor pese a sus fuertes vínculos institucionales, el joven Silvio admiraba el trabajo de cantores y compositores añejos como Sindo Garay, Eusebio Delfín o Manuel Corona, pero también apreciaba a The Beatles y a Leadbelly, a los iconoclastas del Tropicalismo brasileño y a los renovadores de la canción combativa que afloraba en España desde finales de los años 60.

Ese sincretismo estético —ajeno a cualquier dogma— le costó más de una amonestación oficial, varios disgustos y no pocas decepciones. Molestaba la compleja apuesta formal de unas composiciones que desafiaban la norma mercadotécnica e incorporaban influjos que eran anatema en los cenáculos revolucionarios. Aunque, para el periodista y escritor Luis Fernández Zaurín (Barcelona, 1964), “se puede decir que los vientos de libertad que recorren la isla después de la revolución cubana inflaman las velas del movimiento de la Nueva Trova”.

El autor del monográfico Biografía de la Trova, publicado por Ediciones B en 2005, señala entre los principales logros del movimiento —en el que también militaron Pablo Milanés, Noel Nicola, Sergio Vitier o Sara González— el “haber abierto la Trova integrando en ella otros géneros musicales, desde el rock and roll hasta la música sinfónica, e integrando también una gran diversidad de temas que hasta entonces creo que no se habían abordado”.

Silvio Rodríguez lleva toda la vida desbordando encasillamientos. Ha sido aprendiz de pintor en la adolescencia, voluntario en las campañas de alfabetización alentadas por el gobierno castrista, miliciano encandilado por la poesía de César Vallejo, guitarrista autodidacta, incómodo presentador televisivo, pescador de melodías infinitas sobre la cubierta del Playa Girón, investigador en el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), aspirante a cineasta, brigadista en la guerra de Angola, cantor solidario y urgente para Nicaragua, diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular, hilandero de tejido cultural desde Ojalá Estudios, venerable promotor de giras con sabor a barrio. También un excepcional observador de la condición humana, capaz de trasladar al folio sentimientos de calado universal sin renunciar a una apuesta de formas intrépidas y, en algunos casos, inauditas.

Alejandra Fierro (Madrid, 1959), fundadora de Radio Gladys Palmera, destaca “la capacidad para preservar en sus letras una elevada poética que, curiosamente, parece nunca haber sido un obstáculo para su comprensión y aceptación por los públicos más amplios y diversos”. Esta consumada especialista en músicas latinoamericanas —dueña de una colección fonográfica de valor incalculable— se sorprende al comprobar que, a diferencia de Pablo Milanés, que viene de una fuerte relación con los compositores y cantantes del feeling en Cuba como José Antonio Méndez, Portillo de la Luz, Marta Valdés, Elena Burke, y también con los soneros, como Miguelito Cuní, Compay Segundo y otros, “Silvio, que tengo entendido que no tuvo esos vínculos en sus orígenes como cantautor, supo prestar atención a todo eso, tomar influencias y componer canciones en los que esos géneros y movimientos musicales cubanos, y también otros, están muy presentes. Y esto no lo hace como algo anecdótico, como pueden ser las citas en los libros, sino que yo lo siento como algo orgánico, profundamente estudiado y sabia y naturalmente incorporado en su obra”.

Entresacar la discografía de Silvio Rodríguez no es tarea fácil. Ha mantenido un impresionante estándar de calidad durante décadas y preservado la vigencia de su arrebatador lenguaje tanto en las obras de juventud como en las de madurez. Habrá quien prefiera el canto desnudo y sin sombrilla de Al final de este viaje… (1978), Mujeres (1978), Silvio (1992) o Cita con ángeles (2003). Otros se decantarán por el brillante aparejo con que arregla clásicos como Días y flores (1975), Unicornio (1982), Causas y azares (1986) o el todavía reciente Amoríos (2015). Lo que parece difícil de discutir es su permanencia, la presencia de sus canciones en la memoria colectiva del ámbito hispanohablante.

Según la periodista y escritora chilena Marisol García (Michigan, 1973), hubo un tiempo —se refiere a su país en la década de los 80— en que escucharle era “inevitable”. Estaba por todas partes. “Sus canciones se colaban en todos los entornos”, explica. “También en los de derechas, me parece, en un muy asombroso ejercicio de autonomía, fuera de radios, televisión y prensa. Incluso podría decirse que se trataba de una transmisión oral: se le escuchaba en casas y reuniones, en actividades escolares y universitarias, en el canto espontáneo de quienes tuvieran una guitarra a la mano”.

García ha escrito libros sobre Lucho Gatica, Claudio Arrau o la canción política chilena y forma parte de la organización del festival de documentales musicales In-Edit Chile. Reconoce que esa presencia continua de Silvio Rodríguez, así como el excesivo subrayado del componente político en un corpus poliédrico que se presta a infinitas lecturas, terminaron por hastiarla. Aunque después se ha reconciliado con la música del caribeño. “Luego he venido a entender que no era culpa de Silvio Rodríguez ni de su cancionero, sino de la excesiva recurrencia a solo una parte de este entre códigos que se volvían flojos, predecibles. Tuve una escapada hacia otros géneros y recién luego de muchos años pude volver a apreciar la música de Silvio ya fuera de todos sus clichés sociales asociados”.

Lo habitual es destacar a Silvio como letrista eminente, poeta integral y hábil constructor de mensajes, pero Marisol García prefiere poner el acento en otros atributos artísticos que suelen planear por debajo de algunos radares. “Su lírica y poesía no es lo que más me atrae”, aclara. “Me interesa su guitarra, la versatilidad de esta, el muy imaginativo y exigente avance que consigue desde una base tradicional hacia armonías que sí le son características. Es un compositor y arreglador atrevido”.

Alejandra Fierro se muestra más entusiasta con la vena poética de Silvio, pero no desaprovecha la oportunidad para subrayar el valor de su música, todavía abierta a reinterpretaciones enriquecedoras. “Escuchando sus discos más recientes notas la capacidad para dejar entrar en sus grabaciones sonoridades que acercan más su obra al presente. En particular, me ha encantado escuchar en Amoríos el modo en que retoma una de mis preferidas, ‘Óleo de mujer con sombrero’. Y aunque el tempo corresponde más al tiempo de Silvio, al que creo es el Silvio de hoy, escuchar canciones como esta, arropadas por un ambiente totalmente diferente, con un arreglo diferente, da prueba de su vigencia, como ocurre con muchos de sus temas más representativos”.

Javier Álvarez (Madrid, 1969), uno de los cantantes españoles que emergieron durante la primera mitad de los años 90 renovando nuestra escena de autor, reconoce a Silvio como “referencia esencial” y destaca que es su “favorito en castellano”, pero también matiza que se queda con “su voz y capacidad melódica, y eso que es vertiginoso líricamente”, explicando que a él le ha enganchado “por las melodías, como me pasa siempre en la música, pero su imaginario es variado y muy rico”.

Esa riqueza ha permitido a Silvio abordar múltiples asuntos con un copioso caudal de perspectivas. El comentario político más o menos explícito es una constante en una obra que da para muchísimo más. Canciones en las que se interroga por su oficio, composiciones impregnadas de fragante sensualidad, partituras ominosas que exploran el envés de la condición humana y temas que celebran la vida como un milagro de origen inaprensible. Y son pocos los que han cantado al amor con la profundidad con que él lo ha hecho. “Puedo pensar en muchísimos cantores políticos más interesantes y precisos que Silvio Rodríguez, cosa innegable cuando has crecido admirando a la Nueva Canción Chilena, por ejemplo”, afirma Marisol García. “El cancionero del cubano es, creo, más revelador en lo sentimental, en la descripción de emociones y relaciones, en la revelación de la propia intimidad […] Su figura se convirtió en los años 80 en mi país en símbolo de resistencia, de códigos compartidos casi en secreto, de traspaso cuidadoso de información sorteando la censura pinochetista. Escuchar a Silvio Rodríguez te ponía de inmediato en una situación de complicidad con otros muchos, sin necesidad de explicitarla. Y creo que ese fenómeno, que era más social que musical, es lo que le daba su carácter ‘político’. Las letras estrictamente sociales no me parecen particularmente reveladoras, y por cierto son menos remecedoras que las de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui o Chico Buarque. Silvio es sus canciones pero también un montón de otras circunstancias asociadas que solo el tiempo permite separar”.

Alejandra Fierro comparte dicho enfoque y anima a explorar con atención esa faceta de su trabajo. “Sí, justamente pienso que los medios han capitalizado en cierto modo solo un aspecto de la obra de Silvio, en detrimento de ese reconocimiento que merece lo que para mí es un aporte mayor: la coherencia y originalidad con que canta al amor como sentimiento humano, no solo como un estado de gracia entre dos personas. Ya te hablé de su poética, muy personal y profunda, donde el amor es uno de sus grandes temas y, a mi juicio, uno de los temas centrales de sus composiciones en los últimos años”.

Atemporal, minuciosa y aventurera, la música de Silvio Rodríguez lleva más de cinco décadas logrando ese más difícil todavía que supone la expresión de lo inefable. Erigiendo canciones que son refugios. Pellizcando fibras sensibles que siempre han estado ahí, aunque no supiéramos que existían. Dibujándonos sonrisas y enjugando lágrimas. Durante el presente siglo ha ralentizado el ritmo editor y cuesta eximirle de su propia conquista artística al evaluar resultados contemporáneos, porque el efecto erosivo de la nostalgia siempre es feroz. Pero muchas de las cuestiones que sigue dispuesto a plantear son tan suyas como nuestras.

“¿En cuál de esos planetas hay hermanos, hermanos sobre bombas y vestidos, hermanos sin jugar al enemigo?
¿En qué cosmicidad de un lindo juego la hierba está pareja sobre cualquier lugar, quemada o sin quemar, mas toda igual? ¿En qué mundo hay un pacto universal?
¿En cuál de esos planetas se halla el mundo?”
(“En cuál de esos planetas”, 2015).