Érase que se era. Retrato de una generación


Por: Victor Casaus
de Agosto del 2006


Este es un disco hecho desde diversas sustancias queridas: la poesía, la memoria, el compromiso, la guitarra, la ética, la amistad, la belleza. Probablemente la maravilla mayor sea que esas categorías de la vida se interrelacionan, se entrelazan, se entremezclan en las músicas, las palabras, las imágenes que lo componen para entregarnos 25 canciones en las que navegan sueños y certezas, propuestas e interrogaciones, alaridos del amor y susurros de las complicidades vividas y por vivir.

El trovador que asume tales responsabilidades lo deja claro y declarado en esa Consagración (de la primavera poética) con que se inicia la obra, firmada con dos apellidos a la altura de marzo de este año: “Érase que se era no es más que mi insistencia en reparar un vacío; un pago más de mi deuda con la acumulación de experiencias que me llevó hasta Días y flores”.

“Por entonces escribía a diario, a un ritmo mayor que mis posibilidades de mostrar lo hecho, así que muchas canciones se me iban quedando sin exponer. Algunas las canté solo una vez, otras nunca”.

Por ello aparecen aquí canciones que han permanecido latiendo para algunos de sus contemporáneos cercanos en esos sitios que la vida llama memoria y la memoria llama, en casos como estos, para entendernos mejor, la vida misma.

De ahí que este sea, también, un disco lleno de vida: de muchos de los componentes inquietantes, contradictorios y formidables de la vida: las iras y los riesgos, las ternuras y las tensiones, las luces y las sombras que, en su mixtura interminable, parecen poner a prueba constantemente al bicho humano que somos: imperfecto, querible, potencializador del amor y capaz de la maravilla de la entrega. Las dedicatorias que anteceden y encaminan los rumbos de ese disco son parte sin duda de esa entrega, de aquella memoria:

A aquellos años provocadores; a la diversidad que nos hizo; a mi soñadora, contradictoria y entrañable generación dedico estos aprendizajes. Lleguen además con infinito amor hasta Adita Santamaría y Noel Nicola, seres rotundamente inolvidables.

Si esta presentación tuviera un esquema o guión previo este sería el momento de abandonarlo, al calor de esas evocaciones tan cercanas por auténticas, tan actuales por vigentes. Y por allí llegarían, llegan, aquellas imágenes de su primer recital público en la salita de Bellas Artes, titulado Teresita y nosotros por sus organizadores, los (entonces) jóvenes poetas de El Caimán Barbudo, en cuyas páginas vivimos y recreamos esas atmósferas que estas canciones nos traen ahora de vuelta, nos han traído siempre de vuelta para (re)confirmarnos en las verdades salvadas y en los valores de aquellos años provocadores que nos hicieron, pues vivirle a la vida su talla tiene que doler, como nos anunciaba, a la altura del año 70 el trovador en la canción dedicada a su soñadora, contradictoria y entrañable generación.

Esa canción abre, por derecho propio, el discurso de este disco que tiene, a su vez, como pocos, el derecho de llamarse disco de autor.

Yo no reniego de lo que me toca,
yo no me arrepiento pues no tengo culpa,
pero hubiera querido poderme jugar
toda la muerte allá, en el pasado,
o toda la vida en el porvenir que no puedo alcanzar.
Y con esto no quiero decir que me pongo a llorar.
Sé que hay que seguir navegando.
Sigan exigiéndome cada vez más,
hasta poder seguir
o reventar.


En su “Rosa náutica” de hoy, Silvio adelanta esta explicación rápida para uno de los textos más desgarradoramente humanos y sinceros de la canción (y la poesía) de la Isla: “Acaso fuera un retrato, entre muchos posibles, de la compulsión moral que significaron aquellos años de Revolución para los jóvenes de entonces”.

Retrato de una generación que, magia del talento y la comunicación transparente, pasa a las siguientes en un acto revelador de esa continuidad creadora que anima, de manera sorprendente y admirable, la obra del trovador. Si sus contemporáneos compartimos abiertamente los temas de sus canciones, también hemos tenido el privilegio de ser testigos de otra maravilla: ver y sentir cómo los textos del trovador son aprendidos –y, sobre todo, aprehendidos— por las generaciones siguientes que también las han incorporado a sus aprendizajes imprescindibles de la vida.

Silvio ha sido, es, en ese sentido, el cronista sistemático y apasionado de su época, a la que ha mirado desde los territorios sabios y riesgosos de la complejidad comprometida. Este disco también da fe de ello, trayéndonos a primer plano, a través de ese rescate que la obra misma supone, los temas que el trovador adelanto –arriesgó— en muchas de sus canciones que hoy conservan actualidad renovada, vigencia esencial.

La memoria forma parte imprescindible de esta obra. Por una parte, por supuesto, la selección misma de las canciones es deuda interna –esta sí pagable— desde la memoria, como lo confiesa el trovador. Por ello las canciones podrían pasar, pasan, como en un caleidoscopio delante de nuestros ojos: los de ayer, los de hoy y, estoy por apostarlo, los de mañana: Fusil contra fusil (la compuse en 1968, en Varadero, después de terminar La era está pariendo un corazón); Todo el mundo tiene su Moncada (menos mal que existen / los que no tienen nada que perder); Terezín, que propone, desde su universalidad, lecturas nuevas en ese mundo de hoy, el de ahora mismo, donde la injusticia y el terror quieren imponer sus designios, sus guerras, a la inmensa Humanidad de los pobres y los excluidos.

“Memoria”, biografía personal y de muchos. Érase que se era es también testimonio de otras guerras: las interiores, en las que han estado inmersas estas canciones durante décadas, luchando a su modo poético y comunicador, para que seamos, todo, “un tilín mejores” y el mundo mismo se proponga ser y sea parte de aquel mejoramiento humano que el poeta mayor definió en sus palabras y en sus acciones hace más de un siglo.

Este disco da fe de la dimensión íntima de algunas de aquellas escaramuzas libradas desde los territorios de búsqueda de la juventud: estados de ánimo que todavía comunican su incertidumbre, su desasosiego, porque no hay recetas ni en aquella ni en ninguna otra generación para esas interrogaciones que pertenecen, probablemente, a las esencias del ser humano.

Hay, también, otras guerras libradas y librándose hoy, desde estas canciones, a favor de la ética, esa otra sustancia querida y necesaria, en el contexto planetario que intenta negarla y en los contextos interiores del hombre y la mujer de nuestros días. Si nos entregó, una década atrás, aquella declaración de principios, vigente y renovada en estos días, en su canción El necio, escrita en el filo de una crisis en la que se anunciaba el fin de la Historia y la cancelación indefinida de la utopía. En este recuento de hoy aparecen, como veremos y oiremos, las raíces de esa actitud ética, comprometida y comprometedora, que ama desde la pasión y el análisis (a veces, incluso, desde la desesperación) aquellas búsquedas que trajeron estas certezas; certezas que, a su vez, deberán ser puestas a prueba por la sabiduría de la poesía y de la gente, en un renuevo incesante que la vida y la Historia anuncian hoy como imprescindible.

De uno en fondo pasábamos por la misma canción (…) Era imposible pasar un solo día sin morir, / sin gritar, sin reír, sin comprender, sin amar. / Qué desastre de gente que no podía estar en paz.

Érase que se era de la forma apasionada que esta canción anuncia y propone. La voz del trovador ha estado aquí durante estos años también para recordarnos que, como en “los tiempos del Coppelia recién inaugurado”, con sus “tertulias con poetas que, además, me convidaban a cantar entre ellos”, siguen teniendo vigencia ciertas verdades construidas entonces a varias manos “posiblemente una noche ebria de chocolate bizcochado”. Una de aquellas verdades arriesgaba que “el mejor (el más revolucionario) no es el que más se calle, sino el que más participa”. La obra toda del trovador ha defendido con su palabra esa verdad compartida, que ahora muestra sus raíces en esta fiesta de la memoria.

Qué desastre de trovador que no puede estar en paz con los convencionalismos, las retóricas, los falsos compromisos y las lentejuelas físicas y mentales. Qué alegría compartir con él, con ustedes, estos momentos, aquellos sueños y los sueños que vendrán mañana, cuando también habrá que “escribir textos dignos de los clásicos, de los rebeldes, de los fundamentales que admirábamos” y admiramos.

Hay otra historia, parte de la Historia mayor, también mostrándose, subterránea y hermosa, en estas canciones: la de la nueva trova cubana, que nació al calor de aquellas búsquedas y fue parte de aquellas batallas libradas desde la autenticidad y el talento. Algunos apuntes de la “Rosa náutica” recuerdan que La canción de la trova fue uno de los primeros clips incorporados al noticiero ICAIC Latinoamericano. Alfredo Guevara y Santiago Álvarez desde el ICAIC y Haydée Santamaría desde la Casa de las Américas apoyaron y defendieron aquella vertiente de la canción cubana, heredera de la trova tradicional pero incomprendida por nueva y sospechosa por compleja, pecados que algunas mentes se resisten a aceptar porque rompen las barreras sagradas de las repeticiones y ponen en peligro los territorios del mal gusto y la banalidad.

Para saldar otras cuentas del cariño, nos dice ahora Silvio, casi cuatro décadas después, el gran Adriano Rodríguez, uno de los trovadores que le inspiró La canción de la trova, “me hace el honor de coronarla con su excepcional segunda voz. Podría decirse que semejante dádiva completa una perfecta vuelta de espiral”.

Si esta presentación tuviera un esquema o guión previo este sería el momento de volver a él para ofrecer las informaciones puntuales y mencionar a los artistas que Silvio convocó para ese viaje a la memoria de todos: Niurka González, acompañadora además de otras travesías igualmente amorosas, los sonidos traídos por Pancho Amat, Maykel Elizarde, Elmer Ferrer, Ariel Sarduy, Oliver Valdés, Ernesto Bravo, y las voces de Kathelee Hernández Curbelo, del Cuarteto Sexto Sentido, y de integrantes del Coro Nacional bajo la dirección de Digna Guerra.

A la imagen fotográfica que nos espera desde la portada del disco, pedida a los archivos siempre sorprendentes de Mayito García Joya, se une también la imagen en movimiento para re-crear, a esta altura del tiempo transcurrido, aquel Epistolario del subdesarrollo, que Silvio hilvanó en los años finales de la década del 60, cuando “un viaje fuera de Cuba era tan inimaginable como remontarse al cosmos. A través del cine, la juventud –nos comenta hoy el trovador desde su “Rosa náutica”– veía el mítico mundo exterior y sus modas, y algunos trataban de imitarlo desde sus escasos recursos. Esta canción habla de jóvenes que no suelen ser vistos como vanguardias de la sociedad; de muchachos para quienes el bienestar no parece proceder de vivir a la altura de su tiempo sino del hedonismo.

Epistolario del subdesarrollo, entre otras cosas, pretende darles voz a seres humanos quizá no tan ejemplares, pero ante quienes toda sociedad deberá rendir cuentas. Jorge Perugorría y Ángel Alderete han realizado el videoclip que integra sus propuestas visuales a las ideas de aquella canción desgarrada y todavía desgarradora hoy, cuando continúa siendo “un desafío manifiesto al llamado primer mundo, aquí representado por Europa”.

Como se ha ido viendo en estas notas apresuradas, Érase que se era integra piezas, elementos, lenguajes para que su autor, Silvio Rodríguez, soñador incansable, nos proponga ideas y nos haga preguntas cuyas respuestas no se encuentran fácilmente, con solo mirar al reverso de la hoja, como sucede en las revistas de acertijos. El talento de Eduardo Moltó, diseñador y artista digital, supo descifrar el sentido del trovador, para entregarnos este objeto de la belleza y el pensamiento que tenemos ya casi en nuestras manos.

Entre las diversas sustancias queridas de que he hablado aquí se encuentra la amistad. Por ello, por ella, navegan a lo largo de las páginas de esa obra las viñetas inconfundibles de otro soñador interminable Roberto Fabelo, anotadas en alguna hoja ya convertida en memoria viva, mientras escuchaba algunos de los temas de este disco.

A partir de estos días, cuando este disco esté llegando a diversas regiones geográficas del planeta, miles de silviófilos que en el mundo son, llegarán a sus sonidos y a sus páginas, para dar continuidad a una forma de la amistad compartida en las distancias y en las cercanías. Ahí se renovarán esos sentimientos que han unido a esas personas con el rastro de inteligencia y de luz que las canciones de si han dejado para muchos de nosotros. Ahí aparecerán nuevos ojos y nuevos oídos para inaugurar amistades inminentes que el tiempo llenará, poco a poco de memoria.

Desde la página central de este disco, el trovador nos mira “con César Vallejo y otros poetas”, una tarde del año 1979, desde el patio de la casa de Guillermo Rodríguez Rivera. La maravilla de la técnica fotográfica, incluso en aquella época preinformática, hizo posible sentar a César Vallejo entre nosotros, con bastón y traje negro, para celebrar la pasión con que aquellos poetas, en una mesa de la heladería Coppelia, habíamos jurado llegar alguna vez hasta su tumba. El primero en hacerlo fue Silvio. Allí en las soledades de un famoso cementerio parisino, le dejó un mensaje que decía:

César



Como una vez nos prometimos hace años, aquí estamos todos ante ti en el primero que llega a tus restos.
Víctor Casaus, Antonio Conte, Guillermo Rodríguez Rivera, Luis Rogelio Nogueras, Raúl Rivero y Silvio Rodríguez.
Cubanos de la Revolución


Paris, 20 de marzo de 1979


Dedico esta presentación de Érase que se era a Luis Rogelio Nogueras y a Noel Nicola, hermanitos del alma para los que siempre se estarán levantando la guitarra, los abrazos y el amor.

La Habana, 4 de agosto de 2006


 


Palabras de presentación del disco Érase que se era en el Instituto Cubano de amistad con los Pueblos.