Entrevista de Silvio para el diario Clarín



Entrevistó: Eduardo Slusarczuk, Argentina
de del 2011

Versión íntegra de la entrevista concedida por Silvio al diario Clarín el 21 de octubre de 2011, publicada el 7 de noviembre.

Cuando surgió la posibilidad de formularle un cuestionario, me planteaba preguntarle por su mirada acerca de la situación en Libia, atento a su reacción estética en ocasión de la invasión a Irak. Por sobrecarga de trabajo, la postergación de la redacción de las preguntas me encuentra escribiendo mientras los portales de Internet anuncian la muerte, o el asesinato, según quien lo califique, de Muammar Kadafi. Entonces, el orden de los temas cambia de repente, y me pregunto, le pregunto, ¿cuál es su sensación ante la caída, o derrocamiento –nuevamente según quien lo califique- de uno de los regímenes emblemáticos de los levantamientos populares y los movimientos revolucionarios de los años ’60 y comienzos de los ’70?

Las imágenes que han circulado sobre la captura y el asesinato del líder libio me resultan profundamente repulsivas, incluso macabras. No me inspira confianza la gente que hace eso. Es evidente que aunque la revolución que impulsó Gadafi favoreció económicamente al pueblo libio, los problemas tribales y otros conflictos internos, además de una oposición financiada, acabaron determinando. Me provoca un rechazo visceral la intervención armada de la OTAN. No creo en sus bombardeos “humanistas”. Lo que veo es otro eslabón de la estrategia de los países ricos para apoderarse de las reservas energéticas del mundo.

Me parece interesante el caso de Libia como disparador, porque encarna, quizá, uno de los más promocionados ejemplos de las desviaciones en las que puede incurrir el líder de un movimiento que llega al poder de la mano del pueblo y luego utiliza la otra para someterlo a su voluntad. Pienso también en José Stalin, y en su política genocida que asesinó a través del hambre a más de cinco millones de campesinos. Pero, al mismo tiempo, me remite a su comentario acerca de su Tonada del albedrío, y le pregunto cuánto de esa imagen monstruosa tiene que ver, para usted, con “los paisajes ideológicos” que trazan “los que gobiernan la información mediática”.

Me temo que no sé exactamente a cual comentario se refiere. Supongo que a cuando respondí a la extrema derecha cuando empezó a decir que el Che era un hombre cruel. El Che fue un combatiente revolucionario muy autocrítico. En la carta, muy manipulada, en que confiesa la necesidad de convertirse en “una selectiva máquina de matar”, es obvio que lo dice con mucha amargura. Por eso es despiadado consigo mismo. Quien así se expresaba era un hombre consciente de que se estaba librando una guerra en la que flaquear podía significar la anulación de los muchos sacrificios que la revolución había costado. Por eso también dijo que, aún a riesgo de parecer ridículo, los revolucionarios estaban movidos por un profundo sentimiento de amor. Entiendo que para algunos el Che haya llevado la condición humana a límites quemantes. Yo pienso que él fue un hombre extraordinario porque el saldo de su vida demuestra que no quería nada para sí mismo, sólo cumplir con su deber como él lo entendía, siendo solidario, sintiendo en su mejilla la bofetada dada a otro en cualquier parte del mundo.

En línea con la pregunta anterior, instalado ya en la realidad y en la historia de Cuba, y advertido de los intentos mediáticos por desacreditar su proceso revolucionario, le pregunto si la prensa oficial no cae o si no ha caído en esa tendencia al trazado de paisajes ideológicos que deforman la realidad.

La Revolución Cubana ha sido posible porque el pueblo la ha defendido, incluso con su sangre. La responsabilidad de defender lo alcanzado también comprende el terreno ideológico, aunque a veces ese terreno parezca de arenas movedizas. Sea como sea es necesario responder a la avalancha de medios que mienten o tergiversan sobre nuestra realidad. Así se fue moldeando una prensa falsamente revolucionaria, triunfalista y subordinada. Hubo momentos en que parecía que queríamos proyectar que vivíamos en un paraíso. Internamente nos creó más contradicciones, porque sin crítica y autocrítica uno acaba por perder de vista lo que hay que mejorar. Fidel, cuando anunció la campaña de alfabetización, dijo: “Nosotros no le decimos al pueblo: cree; nosotros le decimos al pueblo: lee”. Eso se olvidó. Algunos discursos actuales de los dirigentes cubanos están pidiendo “un cambio de mentalidad”. A mí me parece que ese cambio de mentalidad también es muy necesario respecto a algunas directrices que todavía rigen nuestra prensa.

En ese sentido, ¿cuán difícil es para un trovador y narrador de su mundo, como lo es usted, mantenerse en un espacio de independencia que le permita transmitir sin someterse a esos filtros?

Por haber vivido en Cuba durante toda mi vida he estado expuesto a lo bueno y a lo malo que ha pasado en mi país, como cualquiera. Y siempre me he sentido en libertad de decir lo que pienso y lo he puesto en práctica, aunque algunas personas no hayan estado de acuerdo con lo que digo. Heberto Padilla, un poeta que acabó siendo opositor, escribió “No lo olvides, poeta. / En cualquier sitio y época / en que hagas o en que sufras la Historia, / siempre estará acechándote algún poema peligroso.” A lo que Vicente Feliú, trovador de mi generación, agregó: “y en cualquier calle te espera el peligro de ser joven”. Pablo Milanés escribió un clásico de ese conflicto con Pobre del cantor. Pero lo cierto es que la mayoría hemos tenido nuestros más y nuestros menos con los medios estatales, dependiendo del momento y la canción. Conste que ese forcejeo con el poder siempre me ha parecido natural y además positivo.

En su discografía, desde hace mucho tiempo (pienso en la maravillosa Canción en harapos), aparecen los signos de una mirada crítica de la cotidianidad de la revolución y de la construcción de la sociedad cubana, tras la caída de Batista. ¿Cuáles fueron los límites que se marcó, si es que eso ocurrió, a la hora de expresar sus críticas?

Canción en harapos quiso ser una mirada a ciertas formas de hipocresía que se dan en todas partes, no sólo en Cuba. Mi último disco, Segunda cita, habla más específicamente de lo nuestro. Trata de ser una metáfora de algunas de las cuentas que podrían pasarnos nuestros supuestos ángeles de la guarda. Cantar no me parece asunto de ponerse límites, sino de convicciones. Si hay que limitar, que lo hagan otros y que cada cual cargue con lo que le corresponde.

Hace poco tiempo fue público su enfrentamiento con Pablo Milanés acerca de la situación de Guillermo Fariñas Hernández en particular, y de los disidentes cubanos en general, como acerca de algunos otros temas vinculados con el respeto a las libertades individuales y creativas en la isla. ¿Asocia la trascendencia de esa discusión, como otras que fueron saliendo a la luz en los últimos tiempos – a diferencia del hermetismo del pasado- a una mayor fortaleza de la revolución o más bien a signos de debilidad?

Hace algunos años en Cuba se dio un fenómeno que entre nosotros se conoció como “la guerrita de los emails”. Y fue que se empezó a hacer un foro virtual, cuestionador de muchas cosas. Creo que eso tuvo una importancia enorme, aunque nadie lo cita. Creo que el país pudo tomar consciencia de por donde iba el pensamiento de mucha gente y cuáles eran las inconformidades más generalizadas. Fue una especie de encuesta espontánea y debe haber servido de mucho, aunque la prensa no lo reflejó. Después de eso hubo eventos, como el último congreso de la UNEAC, en que la intelectualidad expresó también muchas opiniones, algunas muy importantes sobre ciertas deficiencias en la calidad de la educación. Lo cierto es que desde hace años en Cuba hay un clima de debate muy interesante. Lo que Ud. refiere con Pablo, para mí no fue un enfrentamiento sino una aclaración necesaria, y tampoco fue por Fariñas. Trascendió porque la prensa publicó una respuesta que di en mi blog a alguien que me preguntaba sobre unas declaraciones que él hizo en los Estados Unidos.

La primera vez que cantó en la Argentina, en 1984, nuestro país vivía un momento de enorme efervescencia política, empapada del entusiasmo que provocaba la recuperación del sistema democrático. Usted ha venido luego en varias ocasiones, y es un reconocido conocedor de lo que sucede en los países de nuestro continente. ¿Cómo se ha modificado el sentido de su presencia y de sus canciones según pasaron los años? Digo: me da la sensación de que podría escribir su significación y la de sus canciones como un símbolo estético de resistencia -antes de su primera visita-, que después pasó a ser de esperanza urgente, más tarde de cierta nostalgia y hoy, quizá, de una renovación de aquellas ambiciones de un mundo mejor?

En 1984, incluso en 1985, en Argentina todavía existían mecanismos del gobierno militar. La primera mañana debíamos ir a la policía, donde debíamos entregar el pasaporte, tomarnos huellas dactilares, hacernos fotos de frente y de perfil, y recibir un carné que nos permitía circular por el país. Pero sobre la modificación de mi presencia y mis canciones en el transcurrir argentino, creo que mejor lo responderían ustedes. Es curioso, pero yo nunca pretendí convertirme en símbolo de nada. Los símbolos son pesantes y yo empecé, y continúo, deseando fluir a través de lo que he ido aprendiendo a hacer, o sea canciones. Me agrada que lo que canto tenga varias funciones, quiero decir no sólo en lo estético, porque también éticamente las canciones pueden funcionar. Para esto es aconsajable no ser impertinente, y mucho menos machacón. Yo soy de los que cree que todas las canciones son políticas, porque todas proponen algo, aunque sea trivial. Un pecado pudiera consistir en hacer demasiado obvios algunos criterios, porque entonces pudiera ocurrir que se nos vería más como ideólogos que como artistas. Desde que empecé tuve claro lo que no debía hacer y espero que mi trabajo lo demuestre. Tampoco niego que me gustaría que lo que hago sirviera a la esperanza, que siempre es una buena causa.

Con respecto a su vínculo con el público, ¿temió o sintió alguna vez que su condición de representante de la Revolución Cubana empañara la de poeta y cantante, y que el reconocimiento que recibía respondiera más a aquella que a su calidad de artista?

Realmente nunca me creí “representante de la Revolución Cubana”. Aunque sí asumí la responsabilidad del que la quiere, aun con opiniones. Además, mis canciones no han tenido que celarse de la persona que las hace; ellas saben que primero se suele ser persona y después es que vienen las canciones.

Por 1986, Usted hablaba de lo fácil que podía resultar cambiar un modo de producción, en comparación con lo difícil que podía ser “cambiar los hábitos de la gente” en pos del “hombre nuevo”. ¿Considera que esa categoría de “hombre nuevo” aún mantiene vigencia? Lo pregunto, sobre todo, a partir de la percepción de que en sus propias canciones hay un cambio de paradigma, y un recorte no de los sueños, pero quizá sí de las expectativas, concentradas ahora en rasgos más pequeños de las conductas humanas.

Se aspira a un hombre mejorado desde hace mucho tiempo. Para mí ha sido estimulante que algunos pensadores anunciaran que es posible. Buen ejemplo de ello fue José Ingenieros, a quien leí en mi adolescencia. Otro argentino que tocó el asunto, a su manera, fue Ernesto Guevara. Y respecto a la observación que Ud. hace sobre mis últimas canciones, no me había dado cuenta pero voy a tomar nota.

Es imposible no pensar, a partir de lo anterior, en los versos con los que, en Trovador antiguo, señala: “Ahora soy de la memoria, ahora pertenezco al viento: otro dirá en su momento si fui más pena que gloria. Lo que fue nuevo es historia y lo que nace alza vuelo con el sueño de tocar el cielo.” ¿Cómo asume, como artista, ese tránsito de haber sido lo nuevo a ser parte de una historia que ya tiene otros que la escriban? ¿Le resulta doloroso declararse de ese modo?

Me dan ternura los muchachos. Siempre que los miro subir al escenario, me digo: “qué alivio que yo no estoy ahí”. Y siento algo de paz, aunque tampoco demasiada.

¿Aspiró alguna vez a trazar un camino que sea luego recorrido por otros, o cree más en la idea de que cada uno construya el propio?

Es inevitable que cada cual haga su propio camino; creo que es lo que todos van a hacer, tarde o temprano. Cualquier otra postura es pretenciosa y olvidadiza. La cultura y la genética nos inoculan lo necesario para la continuidad. Las rupturas vienen del aprendizaje, de la exploración, de esa parte revolucionaria y hasta aventurera que tenemos todos, o casi todos.

Hace poco más de una década, decía Usted que cada vez le costaba más escribir. ¿Cambió en algo esa situación? ¿Se profundizó? ¿Se liberó la musa? Pienso entonces en si cuando escribe, cuando compone, mira hacia atrás y compara. Hace un tiempo, Paul McCartney me decía en una entrevista que sus canciones nuevas compiten, de algún modo, con Yesterday o Long and Winding Road, y que el desafío no es nada simple. ¿Le sucede a Usted algo parecido, sabiéndolo compositor de hermosuras como Sueño con serpientes, Óleo de mujer con sombrero, Canción del elegido o La gota de rocío y muchas otras.

Lo que hayamos logrado es justo que esté presente, pero no como enfermedad o persecución. Seguramente Paul McCartney sabe y disfruta, desde hace mucho, la cadencia de cada etapa. Si yo añoro algo del pasado no son las canciones que hice, sino el tiempo que tenía para hacerlas.

En algunas ocasiones, mencionó Usted a Omara Portuondo como la responsable de que La era está pariendo un corazón se transformara en una especie de himno. Ella estará en unos días en nuestro país como parte del colectivo Buena Vista Social Club. ¿Qué opinión le merece el fenómeno creado alrededor del Buena Vista y el trabajo de Ry Cooder? ¿Cree que ha tenido un efecto positivo en la divulgación de la producción artística cubana, o que más bien entorpeció la emergencia de nuevas expresiones?

Todos ellos eran verdaderas estrellas antes de llegar Ry Cooder, aunque algunos brillaran más que otros. Omara, por ejemplo, era evidentemente Omara desde hacía décadas. Ry Cooder tuvo el tino de armar un evento que iluminó incluso a los que estaban en la oscuridad. Eso siempre será de agradecer, porque es hacer justicia. Siempre que la luz reveladora llegue a quien lo merece, aplausos de felicidad.

El nombre de Charles Lloyd en el comentario de Huracán, junto con el formato instrumental de Segunda Cita me obliga a preguntarle si hay alguna música que escuche preferentemente en la actualidad.

La música que más he escuchado últimamente es la de algunos jóvenes que concursaron en el Premio de Creación Ojalá 2010. Fue un concurso que hicimos para divulgar la lírica de Rubén Martínez Villena, un poeta que cambió sus versos por la lucha social y le costó la vida en 1933. Esta convocatoria nos trajo una gran bocanada de música fresca de jóvenes muy talentosos, entre ellos algunas mujeres. Anote, por ejemplo, los nombre de Tanmy López Moreno, Jennifer Almeida e Ivette Letusé.

Por último, ¿qué deberá esperar el público que vaya a compartir sus conciertos en nuestro país? ¿Asistiremos a una selección de “grandes éxitos” o estará puesto el acento en alguna etapa en especial de su trayectoria?

El concierto que llevaremos será distinto al de la última vez que estuvimos. Haremos algunas canciones inevitables, pero también nuevas; incluso algunas que no están todavía en disco. Mi máxima garantía serán los músicos maravillosos que me acompañan: Rachid López en la guitarra, Maykel Elizarde en el tres, César Bacaró en el bajo, Oliver Valdés en la batería y Niurka González en la flauta y el clarinete.