Canción del pueblo




Viniste a vivir a orillas del mar,
cuando se sembró una quilla en la arena
del puerto de aquel capitán.

Con rosarios y arcabuces y lanzas
rompieron tu alma de selva,
tu vientre de oro y café.

Caña, tabaco y escombros
de palma te ardieron
en más de una hoguera,
de cuyos restos salieron tus hijos
cargando campanas, banderas.

La teja roja, el vitral y la guerra empedrada
te hicieron canción.
Hasta que llegó el engaño vestido de baile
a fundar la nación.

Morir es vivir:
el veinte de mayo,
el machete entre el cuero
de una traición.

Morir es vivir,
y con una medalla
dar el gracias canalla,
un aplauso y adiós.

Morir es vivir,
y hacerse extranjero
en el patio en que abuelo
sembrara un anón.

Vivir fue morir.

En el treinta se atascó el reloj
entre petardos sin mecha
y vecinos celosos de tu dimensión.

Hasta que al fin,
a granada y fusil,
te supieron traer
de tu distancia y tu adiós
a tu papel.

Pero comenzar la vida
después de tan vieja
resulta difícil.
Ese esqueleto, mal hecho,
no está a la medida
de tu ansiedad.

Vivir es morir,
matar poco a poco
el ademán de loco
que quiere salir.

Vivir es morir:
seguir otras huellas,
ver nuevas estrellas,
saber dónde ir.

Vivir es morir,
pues te envenenaron
el alma de selva
en tu primer abril.

Vivir es morir.

Todo va a dejar
de ser lo que fue:
muerta tu infancia enemiga,
serás otra niña
desde tu vejez.

Al que le toque
tenerte de novia,
tendrá un capital
de inteligencia y placer:
tendrá que amar.